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Alfarería con tradición indígena entre Cachapoal y el Bío Bío

Solapas secundarias

Nueva ruralidad y práctica alfarera actual en el Cachapoal


Nueva Ruralidad es un concepto que alude a las múltiples transformaciones ocasionadas por la globalización en el mundo agrario en América Latina, las que varían según condiciones específicas de las localidades y de la manera en que irrumpe en ellas el capital. Estos cambios alteraron la anterior tradición alfarera de la zona comprendida entre el río Cachapoal y Bíobío.

A partir del Golpe de Estado de 1973 en Chile, el proceso de Reforma Agraria se paralizó y los organismos estatales encargados de su ejecución fueron desmantelados. Las tierras expropiadas fueron devueltas, se reestructuró la propiedad de la tierra y se permitió su concentración en manos de grandes inversionistas nacionales o extranjeros.

En la zona centro-sur de Chile las industrias alimenticias requirieron escasa mano de obra, pues la producción agrícola se modernizó. Los campesinos se convirtieron en proletarios empleados por períodos, desvinculados de su labor tradicional.

En la década de 1980 "la comercialización de sus lozas comienza a declinar, lo que es atribuido a una serie de factores, entre los que se cuenta la invasión de productos plásticos, problemas para acceder a recursos (combustible), y la continua amenaza de multas por parte de Servicio de Impuestos Internos (SII); pero el hecho más apuntado como culpable del decaimiento de la venta de alfarería en el sector es la competencia con Pomaire, que terminó por llevarse sus clientes revendedores de loza" (Barrales, 2007: 57).

Las generaciones jóvenes migraron a ciudades aledañas en busca de nuevas y mejores oportunidades laborales.

La tendencia fue el empobrecimiento o desaparición de los tradicionales actores del mundo rural como campesinos, pequeños y medianos productores agropecuarios, alfareros, entre otros.

En el Pantano de Machalí, Rinconada de Doñihue, Paradero 1 de Lo Miranda, La Vega de Copequén y Pueblo de Indios, se produjeron muchas de las piezas de uso cotidiano u ornamental que constituyen la colección de alfarería contemporánea del Museo de Arte y Artesanía de Linares.

En la zona de Machalí, la alfarería pervivió en la Hacienda Perales, El Pantano, Hacienda Sanfuentes, Barros Negros y El Guindal. Los dos primeros lugares fueron focos de producción intensiva de alfarería hasta 1960.

En Los Perales la decadencia del oficio se produjo junto con el ocaso de las haciendas en la zona de Coya, hacia 1960. La tierra se dividió, para ser vendida por potreros o arrendado para fines metalúrgicos o de talaje para ganaderos. Los inquilinos debieron emigrar a otros sectores y los descendientes de alfareros no estuvieron interesados en aprender este oficio.

En El Pantano el auge de la alfarería se registró entre 1930-1960, pues el sector abasteció a las familias de los trabajadores de la minera Braden Cooper & Co. y Sewell. En los años 80, los hijos de las alfareras de El Pantano prefirieron emigrar y conseguir otro oficio, por lo que la tradición se perdió.

En Doñihue se reseñaron 2 focos de producción alfarera: Rinconada de Doñihue y el pasaje Juana Reyes, a la altura del Paradero 1 de Lo Miranda. En ambas localidades los alfareros eran dueños de las tierras. Estos pequeños propietarios tampoco sobrevivieron al sistema neoliberal que impuso la dictadura militar.

La Vega de Copequén fue una encomienda y pueblo de indios con tradición alfarera prehispánica. La última representante fue Carmen Pinto, miembro de un extenso linaje de alfareras ya extinto.

En Pueblo de Indios y La Puntilla, localidades cercanas a San Vicente de Tagua Tagua, hubo una gran producción alfarera hasta la década de 1990. El decline fue atribuido a varios factores, el más importante la competencia con Pomaire, donde los alfareros tradicionales adoptaron técnicas de producción modernas con las que abarataron costos y posicionaron sus productos en grandes tiendas y supermercados.

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